Ayer fue un día feo y aburrido. Cuando nos levantamos, mi mujer, la niña y yo, a eso de las 10:00 de la mañana, y despues de desperezarnos un poco, nos dirigimos hacia la cafetería donde los fines de semana y los días festivos desayunamos saboreando el hecho de no tener prisa, ademas de unos exquisitos cafés. El tema es que ayer, primer día del año, la cafetería en cuestión estaba cerrada. Como solución ante este imprevisto fué buscar otro sitio a donde Estaba lloviendo y hacia frío. No queríamos caminar mucho y menos con la niña. No muy lejos de allí entramos en una que estaba atestada de personas mayores o matrimonios, como nosotros, con niños pequeños.

Nos sentamos y pedimos unos cafés con leche y unas tostadas con mermelada y mantequilla. A nuestro lado había una mesa donde estaba un matrimonio, algo mayores que nosotros, no mucho más, con un crío de unos trece años que estaba ensimismado en su PSP. La pareja discutía sobre algo, algo sin importancia, haciendo alguna pequeña pausa para recriminar al chaval que dejara el chisme y se acabara el desayuno. La mujer miraba sin ningún tipo de disimulo a nuestra niña, que no se estaba quieta. La miraba, le hablaba, la llamaba para que se le acercase.... Así discurrieron los breve minutos que coincidimos: ellos con su discusión y nosotros con nuestras tostadas.

Cuando se levantaron para marcharse la mujer se nos acercó y nos dijo que no sabíamos lo mucho que nos envidiaba, mientras acariciaba cariñosamente la cabeza de la cria

Me hizo pensar el comentario de la señora, me hizo pensar que era lo que envidiaba....

Decía Napoleón que la envidia es una declaración de inferioridad y me resulto un poco triste cuando los vi marcharse a los tres, a ella con su pareja y al niño con su maquinita.


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