Como me cuesta madrugar y como me gustan las mañanas de julio. Todos los días, siguiendo una rutina marcada por una vida rutinaria, me levanto a las siete y media de la mañana para ir a trabajar. Por buena o mala suerte, vivo en una ciudad que tiene más de gran pueblo, de aldea crecidita, que de una ciudad con todo lo que a estas las adornan: sus grandes calles y sus grandes atascos, sus multitudes y sus tristes soledades, sus oportunidades y sus asfixias, sus cafés, sus penosas alegrías y sus fiestas con aparatosos palcos de música, sus ruidos y su falta de silencios,… El caso es que a esas horas después de un rápido desayuno puedo disfrutar del frescor, de unos agradables rayos de luz y de un creciente calor que me trae recuerdos de cuando era crío y me levantada los primeros días de unas recién estrenadas vacaciones. Las esperadas vacaciones de verano después de unos meses de clases. La verdad es que hecho en falta aquellas ilusiones, aquellos días llenos de posibilidades, de miles de cosas por hacer, de largísimos días, de siestas obligadas, de carreras en bicicleta, de partidos con cientos de prorrogas. Estas mañanas que recuerdan mi infancia, me recuerdan los días felices de las vacaciones de verano en mi casa.

Lo bueno quizás es que de donde saco estos recuerdos también pueda sacar otras muchas cosas que me sirvan para esas mañanas y esos días puedan todavía aprovecharse aunque solo sea jugando partidos de noventa minutos seguido de una tanda de penaltis, sin prorrogas.



One Comment

  1. Me encanta que seas consciente de todas esas mañanas. De que sepas valorar las hojas que escriben tus días y que seas capaz de unirlas a las raices de tus recuerdos.
    Con prorrogas o no, si te hace falta un portero ya sabes donde estoy. Y si ya lo tienes, puedo jugar en el medio campo... no la toco bien que digamos... pero lo doy todo, así que tú la tocas y yo corro lo que haga falta por ti.
    Me gusta tu ascensor. Es grande eh?

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