....le mire el pecho y de su escote salían cinco o seis indefinidas protuberancias de colores rojo, amarillo, azul, .....Recorrí con la mirada su cuerpo encontrándome con el semblante de una horripilante mujer. A partir de ese momento abrí aun mas los ojos esperando centrar la vista, intentando convencerme de lo que estaba viendo no era real, pero fue imposible. Por la playa, comenzaron a deambulabar hombres y mujeres, niños y ancianos,...todos me miraban con sus raras caras, todos ellos no eran como cinco minutos atrás los había visto, todos ellos presentaban unos rasgos propios de las pinturas de Giuseppe Arcimboldo, de sus rostros confeccionados con frutas y verduras.

Un sudor frío me recorría la espalda, a pesar de la calida temperatura que había en la playa, y un suave hormigueo agarraba mis manos, unas manos ya formadas por dedos deformes y tintados de una extensa gama de colores como si fuesen las manos de un crío después de jugar con varios botes de pintura. Ella que caminada junto a mi y que noto mis reacciones, mi cara de sorpresa, mi silencio, un sospechoso silencio, actuó con prontitud, como otras muchas veces, yendo a buscar dulces, unos dulces que espantan a esos fantasmas que a veces me siguen, que a veces me rodean y que a veces me agarran y me poseen




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