Se agarró a su madre mientras escuchaba atentamente lo que esta le decía. Llevaba en su mochila los libros, la merienda, los cromos y en sus manos la mascarilla, una mascarilla de color verde como el equipaje de su equipo de fútbol preferido. Su madre era una mujer con una persistente tos, bastante común entre la gente de su edad, entre la generación que vio cambiar de triste manera su ciudad, sus montes, su vida,... El ascensor se paró, dejando entrar al señor Paco, la persona mas anciana del edificio. Con un buenos días se dirigió a los ocupantes mientras miraba con sus vidriosos ojos las manos del crío que en ese momento jugaba con su mascarilla verde. Posando sus ásperas manos sobre la cabeza del chaval le pregunto si iba a clase, le preguntó por las notas y por sus amigos, le preguntó si era bueno y si obedecía a su madre,...todo ello mientras esta los miraba seria y con cierta indiferencia.
Mientras seguían bajando, y después de haber recibido como respuesta a todas sus preguntas y curiosidades un vergonzoso silencio, el viejo le pidió la mascarilla al chaval mirándola embobado. “Vaya, tiene el mismo color que las hojas del árbol que había detrás de mi casa” comentó.
El niño no entendía lo que decía, su madre, en cambio, levantó la vista mostrando una mirada comprensiva con las palabras de el viejo. Sabes -siguió hablando el anciano- hace ya muchos años, cuando tenia tu edad desde la ventana de mi casa me gustaba mirar el horizonte y podía ver montones árboles, podía ver su intenso color verde, como este de tu mascarilla, ese era un verde que guardaba un aroma que podías percibir mientras flotaba navegando en brazos de la triste brisa del este, el horizonte se mostraba presumido invitándote a mirarlo, en él podías ver como el sol nacía y moría, ... en aquellos tiempos la gente salía al campo a pasear, a comer en grupo, iban a las fiestas y las romerías, antes corría con mis amigos a buscar moras y cerezas por los caminos y jugábamos en las fincas,.... pero eso era antes cuando yo era como tú ....
Mientras seguían bajando, y después de haber recibido como respuesta a todas sus preguntas y curiosidades un vergonzoso silencio, el viejo le pidió la mascarilla al chaval mirándola embobado. “Vaya, tiene el mismo color que las hojas del árbol que había detrás de mi casa” comentó.
El niño no entendía lo que decía, su madre, en cambio, levantó la vista mostrando una mirada comprensiva con las palabras de el viejo. Sabes -siguió hablando el anciano- hace ya muchos años, cuando tenia tu edad desde la ventana de mi casa me gustaba mirar el horizonte y podía ver montones árboles, podía ver su intenso color verde, como este de tu mascarilla, ese era un verde que guardaba un aroma que podías percibir mientras flotaba navegando en brazos de la triste brisa del este, el horizonte se mostraba presumido invitándote a mirarlo, en él podías ver como el sol nacía y moría, ... en aquellos tiempos la gente salía al campo a pasear, a comer en grupo, iban a las fiestas y las romerías, antes corría con mis amigos a buscar moras y cerezas por los caminos y jugábamos en las fincas,.... pero eso era antes cuando yo era como tú ....
El ascensor terminó su recorrido justo cuando el señor Paco el devolvía la mascarilla al niño. Dejando salir primeramente a la señora y a su hijo del ascensor agarro su bastón y comenzó su caminar hacia la puerta. Al alcanzar esta, salió y miró hacia la calle, vió como sus acompañantes caminaban agarrados de la mano por una calle gris cubierta por un denso humo, una calle llena de coches y de ruido, una sucia calle apenas calentada e iluminada por un maltratado sol.
Allí, puesto de pie recordó cuando era mucho más joven, rememoró aquello veranos, cuando el fuego lo devoraba todo, cuando ardían los árboles y los montes, incluso las casas, cuando la gasolina subía de precio y las ventas de coches no bajaban, cuando el agua escaseaba y la que había se encontraba sucia y estancada, cuando los peces morían en las riberas de los ríos al paso por los pueblos, cuando los veranos y los inviernos no se diferenciaban, cuando la gente ya no era capaz de comprender lo que tenía frente a sus ojos ni la voluntad de cambiarlo, recordaba otros tiempos y otra tierra...... y recordaba la mascara verde de su joven vecino y de si realmente se la merecía.
Como si fuese el Barón Rampante de Calvino me pasé los veranos de mi infancia subido a los árboles. Cada árbol tiene su personalidad y para escalarlos has de conocerlos primero, pues las tácticas para hacerlo difieren. No es lo mismo subirse a un cerezo que a un nogal, por ejemplo. Algo así debía saber el abuelo de Saramago porque cuando se lo llevaban al hospital en sus últimos días antes de marcharse de su casa, fue al huerto y se abrazó, uno a uno, a todos los árboles. Se estaba despidiendo.
ResponderEliminarHe visto estas noches la brutal espampa de un fuego queriendo devorar el cielo.
Y tal vez he visto a un hombre sentado con la cabeza entre las manos, justo cuando el día rompía los perfiles de las devastadoras llámas, con la cara marcada por surcos de un blanco sucio que nacieron de sus ojos, tal vez un instante antes.
A sus pies yacía inmóvil un mascarilla antes blanca y ahora tiznada de un negro asesino.
De un futuro consumido entre presentes de astillas y cenizas, de polvos sucios que ahogan las gargantas. De un mundo sin pájaros.
Un futuro en que los niños lleven todos mascarillas de colores. Por ejemplo... verdes.