Ha llovido y los días se han vuelto grises y nublados. Es una buena noticia pues nuestros montes, y nuestros corazones, arden y nuestros embalses, y nuestros labios, sufren la falta de un agua cada vez mas escasa, cada vez mas añorada. Los días de calor y sol ha dejado paso a unos días de sosiego, de morriña, de tranquila espera ...unos días más acorde con el alma gallega.

Mientras anochecía, hace unos días, estuve un buen rato entre las sombras y el olor añejo de un viejo portal por donde se entraba y salía de un burgués edificio venido a menos. Estuve ensimismado viendo como llovía. Me resultaba imposible salir y volver a casa por la gran cantidad de agua que justo caía en ese momento. Allí mirando hacia fuera, a través de una gran puerta de madera admiraba las gotas de agua golpeando la calle, corriendo por las hojas de los árboles, ...veía como algunos transeúntes se apresuraban intentando no mojarse mucho, saboreaba el resplandor de las farolas que proyectaban un especial fulgor, un especial encanto,...oía las gotas de agua caer y golpear los adoquines, sentía el silencio que las acompañaba y la quietud de la ciudad y de sus gentes,...

Me alegro de la llegada de ese agua, me alegro de este clima, me alegro que no haya cambiado aun lo suficiente para tener que prescindir de estos “tristes días de lluvia” hermana de esta tierra y de sus gentes



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