La ilusión con que la gente aborda los más variados proyectos, ya sea profesional, familiar, cultural, de ocio o de cualquier otro tipo, es sin duda alguna un elemento fundamental para poder alcanzar la meta final. Pero esta debe estar acompañada de unas cuantas vueltas de cabeza, vueltas que contemplen los pros y los contras, los costes, fácilmente ponderables en la mayoría de los casos, y los posibles rendimientos. Cuando utilizo esto no estoy circunscribiéndome a temas meramente económicos, incluye cualquier otro tipo de aventura que uno pueda ocurrírsele.
No pongo ningún tipo de duda que la buena disposición personal, las ganas, la ilusión, incluso la fe,… es importante para poder embarcarse un cualquier tipo de aventura, pero a mi personalmente me gusta disponer terreno mínimamente fértil sobre el que sembrar todo lo anterior. Esto me permite conocer mis limites y los riesgos y expectativas que se pueden dar. Me gusta tener planes, me gusta irme de viaje con un planning que me diga por donde voy a ir, que voy a visitar, como lo voy hacer, que veré y cuanto me costará,… Para todo ello es fundamental la ilusión sin duda, pero también la previsión.
Todo esto viene a que hace unos días en una interesante conversación se planteo este debate. Unos defendían la importancia de uno u otro elemento por separado, otros hablaban de la combinación de ambos,… Lo que si queda claro que todo ello deberá estar revestido de un esfuerzo por llegar al final de manera victoriosa. Es preciso, creo, seguir ilusionado con lo que uno hace a la vez que se debe vigilar que el plan que se haya previsto se cumpla y si no fuese así tener las suficientes salidas como para corregirlo, para encauzarlo.
Lo que sí admiro son a todos aquellos que son capaces de ilusionarse con la vida y con hacer cosas, pero también con aquellos que no se deban zarandear con las idas y venidas que esta nos acostumbra a dar.
Lo que me disgusta profundamente es que revistan un concepto con el signifacado del otro y viceversa
