Estaba esperando en el portal a que los minutos formasen una fila india que rematasen en el inexorable entierro y funeral de las horas. No tenían nada planificado para el día de hoy. En ese momento y frente a donde yo me encontraba, se detuvo una vieja y destartalada furgoneta del servicio de mantenimiento del ascensor del edificio. Se bajó un chico joven vestido con una limpia y vieja funda de color gris. Con una agradable sonrisa en su rostro me deseó los buenos días cuando cruzaba el umbral de la puerta. Junto a él, y todavía sentado en la furgoneta, se encontraba su compañero. Este era un hombre de unos cuarenta años, de una pesada presencia y un serio y arrugado rostro. Bajó de la furgoneta por la puerta del copiloto y se dirigió a donde se encontraba el chico. Este, aplicadamente, ya estaba mirando el parte de actuación que le marcaba las tareas que deberían realizar para el mantenimiento de nuestro ascensor. Mientras sostenía el parte y sin estarse quieto un solo instante, disparaba ráfagas de preguntas sobre el como y el porque de las cosas que tenían que ver con el increíble y fascinante mundo de la elevación y el descenso. Se le notaba un interés y unas ganas de saber que me parecieron loables. Su compañero, callado y con una cansada y apagada mirada, le contestaba y le ayudaba en todas sus dudas, pero siempre racionando el uso de las palabras. Se limitaba a un 2+2=4, no al porque ese 2+2 eran 4 y no 5.

Durante su breve estancia pude observar el ánimo de uno y del otro, el saber de uno y de otro, las ganas de uno y de otro, la ilusión de uno y de otro, la mañana de uno y de otro. Me costó saber de cuales valores me parecian mas importantes

Después de acabar su trabajo el chico recogió las herramientas y las metió en la furgoneta, mientras el más mayor se dirigió hacia la vivienda del presidente de la comunidad para conseguir la pertinente firma del parte de asistencia, cuestión esta que le llevo su tiempo.

A la hora de marcharse el chico se despidió deseándome unas buenas tardes mientras que el otro triste técnico solamente me miro moviendo la cabeza a modo de saludo. Fue en ese momento, cuando veía alejarse a la furgoneta cuando me quedé pensando en lo que había presenciado, y en que me gustaría saber cuando fue el justo momento en que se pierden las ganas de ser o de hacer ciertas cosas y cuando se empieza a no desear ser y hacer esas mismas cosas.

No se si es bueno marcarse metas, no se si es bueno alcanzarlas. No será que las carreras que empezamos es mejor nunca terminarlas, es preferible estar corriendo siempre

Me imagino que el chico estaba comenzando su particular carrera mientras su compañero de trabajo se había topada ya muchas veces con vallas, con obstáculos vestidos de desilusión, de falsas expectativas, de relaciones viciadas, de logros sin valor, de tontos egoismos.... y se había olvidado de ponerse unas buenas y resistentes zapatillas que le ayudasen a correr,...a volar




One Comment

  1. Puede que la clave esté en eso que dices, siempre correr sin preocuparte mucho de llegar al final y de paso ir mirando el paisaje. Y tal vez comprender que todo lo que hagas, todo lo que vivas, lo que corras está ahí para ti. Que eres tú quien lo hace grande y no al reves.
    Sería más fácil si comprendiésemos que para llegar con las ilusiones intactas al final, para llegar muy lejos, a ese último, es necesario comenzar por lo primero. Por uno mismo. Por dentro.

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